Las plazas y parques son lugares claves de acción para superhéroes. En estos se viven momentos intensos de las relaciones humanas. Son locaciones claves, en primer lugar por que carecen de techo, esto produce en los seres pensantes una sensación de rebeldía inimitable. Los lugares cerrados, son muchos más obscenos por ley, pero no más rebeldes. En las plazas de barrio la vida se desenvuelve con gran valor y locura, grande decisiones circulan por las hamacas, retos de padres, atardecer, juerga de jóvenes incontenidos por sociedades nefastas, algodones de azúcar, primeras pitadas de cigarrillos y grandes verdades entre las parejas.
Un ejemplo de esta situación podría verse clarificada en el caso de Ana y Manuel. Una siesta de martes se juntaron definitivamente a hablar de lo “nuestro”, eligieron un lugar lejano a sus realidades, compraron una gaseosa y fueron a sentarse en los escalones de un parque lindo y renovado de la ciudad.
Luego de media hora de suspenso de hablar de las cuestiones mundanas de la vida Ana empezó. Le dijo que lo quería, que lo extrañaba, que pensaba todo el día en él, que le regalaba sus bombachas y otras cuestiones de lo más atrevidas y groseras. Manuel, aunque curioso por las bombachas, se sintió perseguido e intimidado y comenzó a mirar el reloj de pulsera sistemáticamente. Ana, entre suspiros y rezos internos, descargaba su pecho ansioso y lo soñaba desnudo y tímido.
Manuel besaba con pasional boca sus cigarrillos y evitaba mirar a Ana a esos sus ojos misericordiosos. De repente las palabras se retiraron como olas en la playa y el silencio invadió la atmósfera. Era el turno de Manuel, él debía hablar.
“no perdóname, no soy vos soy yo, no estoy al mismo nivel de tus sentimientos, ojalá podamos seguir viéndonos como amigos, acabo de salir de una relación muy difícil…” En esto estaba cuando desde atrás de un arbusto, apareció Intelectualoide, el superhéroe del barrio. Se paró a contraluz, él sol en la nuca lo mostraba misterioso y hasta temerario. Vestía sus calzas rojas de lycra con los hilos estirados, sus 80 kilos en 1,60 de alto, la capa negra, la barba de 6 meses y su cara poco agraciada por la naturaleza.
Manuel, un poco confundido largo el clásico: “Va! y éste quien es?”, pero Ana conocía la leyenda y conocía la fama del superhéroe. Intelectualoide miró fijo a la pareja y cavilar se abalanzó sobre Manuel.
La pelea duro poco, los dos cuerpos se entrelazaban en el suelo, se escuchaba un silencio que sólo se interrumpía con ruidos de congoja y forcejeo. Los transeúntes que circulaba por el parque miraban la escena con gran curiosidad. Se veían piñas, sangre, golpes, cachetadas, tirones, pellizcotes.
El vendedor de helados que es un hombre de gran sabiduría y coraje, arriesgo todo, dejó el carrito abierto y corrió hacia la zona de riña a toda velocidad. Unos avivados que estaban tomando cerveza en la cercanía aprovecharon la ausencia del heladero y se robaron los poco helados de frambuesa que quedaban y se fugaron por la calle lateral.
Manuel estaba sobre el superhéroe dándole piñas en el costado y éste a esta altura sólo se tapaba la cara y tiraba unas tímidas patadas. El heladero agarró de las orejas a Manuel, y le dijo “Para loco, no ves que ya esta tranquilo”. La ira de Manuel le hervía en las venas pero la ver el público que lo rodeaba se calmó, tiró 5 puteadas y se fue caminando mientras se acomodaba la remera.
Tardaron un rato en reanimar del todo al superhéroe, y cuando éste pudo pararse, le paso 15 pesos al heladero, y dijo “gracias Macho, con esto te pago los helados de frambuesa” y se fue, caminando lento y tambaleante hacia la parada del colectivo.
“Siempre lo mismo éste muchacho, se la pasa recibiendo zurras de despechadotes” dijo el heladero a los curiosos. Ana lo seguía con la vista atónica. El heladero le convidó un helado de vainilla y ella se fue rumbo a su casa, ya ni pensaba en Manuel.