lunes, 10 de diciembre de 2007

El dedo chico de la mano



Él juega a rociarle con el dedo chico la mano. Los dos, en eje horizontal miran el cielo y la forma en como las nubes cambian. La tarde tibia comienza a desangrase en la nada. El dedo, pilar dudoso y rígido, se sueña dedo cazaron furtivo de caricias y tal vez de baba.
Ella se sueña desnuda y se sonroja de pensar que tal vez en sólo unos instantes su sueño se convierta en augurio, y en otros pocos, realidad. Él piensa en los escarabajos que fastidiosos lo espían desde los árboles. ¿Ella sabrá que su dedo no se anima a convertirse en caricia y baba? Ella sabe, pero disimula, el peor obstáculo del amor es la vergüenza, esa vergüenza de un “no te quiero” y bañes, en penas violetas y oscuras, el alma avergonzada.
Él la sueña desnuda ahora y mueve, con mucho esfuerzo, un poco más el dedo chico para que ella tal vez se contagie sus pensamientos y a él lo sueñe desnudo y rozagante. Se le escapa un suspiro de esos un poco reveladores que siempre están de sobra en momentos verdades inexcusables.
De repente se le revela el silencio y la precisión de decir algo se convierte, absurdamente, en inevitable. Ahora su boca esta desnuda de palabras y expresiones. Ella lo nota incomodo y cavilante, y decide emitir ella ahora una palabra, de esas que se forman solas en la boca y salen sin mucha gloria. Pero no lo logra y de su boca solo sale un suspiro.
Él respira aliviado porque sospecha que ese suspiro debe ser de enamorada. Él es un tipo con ojos tristes, pero mente rápida y tiende a buscar señales obvias en momentos de intenciones claras. Como éste. Como otros en los que quiso decir algo, tocar algo, besar algo, acariciar algo y quedo como un sueño, irrealizable y frustrado, como la boca de puchero y ella con cara de situación rara.
Ella se puso un escote revelador de misterios. Pensó que con eso él perdería esa acusante timidez y domaría su dedo meñique para que se convirtiera en halago y alas. Pero su dedo seguía tan petrificado como esa palabra. Palabra de yeso inquebrable.
Ella, ya cansada, finalmente toma envión y toco sus palmas. Él asombrado, se levanta dejando el mantel de flores y a la amada en el eje horizontal del mundo. Y desde la verticalidad la mira con una mirada gris y refugiada.
Ella desde lo horizontal articula unas palabras extrañas, de esas que viven los sueños y se articulan en momentos mágicos. Él la mira extrañado, y su dedo se retrae en rabia, hace oídos sordos y se va caminando seguro a ventanas abiertas. Ella en vez de ponerse a llorar se tira a la pileta cosa de que nadie se de cuenta que de sus ojos sale agua