
tengo la enfermedad del sueño. La dulce y encontrolable enfermedad cuyos síntomas consisten en querer estar dormida siempre. Hermoso ritual introductorio, libros, pijama, pies juntos, arqueados. Respiro la colonia de mis recuerdos en la oscuridad. Pienso en cosas felices, en ese amor que no tengo y las cosas que podríamos hacer juntos, en los personajes de mis historias, en las letras de canciones. Entre las sabanas enpiezo a sentir como la puerta se abre, mi inconciente. Entonces de un salto me tiro de cabeza al mundo del aljibe. Nada entre las aguas turbias de este coctel de presentes, pasados y futuros, de escabajos, sapos y caballos rojos. Vivo el instante, en un presente infinito, eterno. Horas y horas en un viaje de fantasmas e ilusiones, de palabras impronunciables, miradas, acciones, paginas en blanco que se llenan con letras imaginarias.
Odio despertar, cruda realidad lamiendome las orejas, con su saliva espesa y yo obnubilante intento traer del aljibe algunas imágines, alguna sensacion que no me haga sentir tan mundana y mas eterea. Prometo volver, pero grito de melancolía porque sé que jamás volvere a ese mundo ficcion porque mañana el mundo real será otro y el coctel tendrá otros ingredientes. Irreproducible.
Entonces triste y preocupada me tomo los remedios de mi enfermedad. Café, cigarrillos, agua fria, un par de carcajadas, un libro de ficcion, aire puro y riedas firmes, para remontar las horas en un mundo de sensaciones frivolas.
Sin embargo tengo un secreto. Siempre dejo la tapa del aljibe abierta, y por ahi en medio del día saco de adentro de mis bolsillos agujereados un escarabajo, una hoja en blanco, un tal vez o una ilusion.